Suelta amarras la barca,
Su negro velamen de harapos y mortajas.
La brújula de la razón está perdida
En las cámaras secretas de un palacio,
Oh, gran señor de las anclas oxidadas.
Los días no tienen playa
Y la pestífera nave hace aguas,
Mascada por un concilio de ratas.
Es un catafalco de mar
Que transporta muletas y llagas
Desde la noche medieval.
Es un triste comercio de miasmas y miserias,
Una barca bautizada por el Bosco
Que quiebra en su proa
Una botella de agua envenenada.
Juan Manuel Roca
enero 5, 2013
Especial para NTC
Algunas reflexiones:
Comienzo por el final porque los últimos serán los primeros. En prosa llana, El Bosco es lo correcto. Pero yo interpreto a Juan Manuel cuando escribe «el Bosco» en términos poéticos, como una trampa sutil para que el lector no se distraiga demasiado en la referencia pictórica. Yo le he hecho al poeta una trampa no tan sutil, publicando su poema junto con la pintura de El Bosco. Pero todo esto genera nuevas trampas sutiles, porque Juan Manuel Roca, aunque describe el cuadro con bella crudeza (la alusión final a la botella que es rota por la proa de la barca me parece magistral, pone en movimiento a la barca del cuadro), en realidad nos quiere llevar al «astillero» donde la barca se construye y es atiborrada de locos. Ese «astillero» es la sociedad humana, que produce locos por doquier y los embarca en navíos para enviarlos hacia la nada, hacia la perdición y el naufragio final. De hecho, durante el Renacimiento era práctica común poner a los locos en embarcaciones que derivaban en los ríos y dependían de la caridad o la indiferencia de los «cuerdos». Muchos artistas populares realizaron pinturas y grabados sobre el tema durante los siglos XV y XVI y, entre los artistas cultos, Durero realizó espléndidos grabados sobre el tema. Con ellos ilustró La barca de los necios de Sebastián Brandt, publicado en 1494, mucho antes de que El Bosco pintara su cuadro. Así pues, el tema de los locos, o los necios, o los estultos, era ya tradición popular muy arraigada en tiempos de El Bosco. Por otra parte, Michel Foucault, en su libro Historia de la locura en la época clásica, dedica páginas memorables al tema. Lo que hace el poema de Roca tan «tremendo», como yo lo he calificado, es que nuestro poeta (que conoce muy bien la historia del arte, como me consta), no se detiene en estas erudiciones y sintetiza con cruda fuerza varios niveles de nuestra cultura occidental, este «astillero de la nave de los locos«. Si El Bosco denunció con inimitable humor y frescura la insensatez de los sensatos que condenaban al ostracismo a los que pensaban diferente (los «locos»), si Erasmo se atrevió a escribir un Elogio de la locura (de la estulticia, decía él, en armonía con la semántica germana), si Sebastián Brandt escribió ese formidable poema moralizante que es La barca de los necios, es porque durante el Renacimiento fue muy evidente para los intelectuales y filósofos que la locura era, por una parte, un producto de la sociedad estúpida, ilógica, injusta y enajenada y, por otra parte, un síntoma de cordura y rebeldía (por lo tanto, de desadaptación y marginación) frente a esa sociedad loca y dogmática. Tales ideas están presentes en la obra de Pico de la Mirandola, en algunos relatos y comentarios de Nicolás Maquiavelo y en muchos textos y obras de escritores, pintores y grabadores. No sobra recordar que la más grande novela jamás escrita en lengua castellana es la amable metáfora de un loco y su escudero, el primero con la locura de intentar mejorar el mundo con métodos feudales, el segundo con la cordura maravillosa de acompañar la locura de su caballero andante, solo en virtud de la más cuerda y sensata de las locuras humanas: la lealtad.
En suma, que yo amo mucho este poema de Juan Manuel Roca porque me ha inspirado las más desaforadas y locas reflexiones literarias, único recurso para recuperar la cordura después de estos festejos de Año Nuevo.
Carlos Vidales
Estocolmo, 6 de enero, 2013