Pasaporte del apátrida

Un poema de Juan Manuel Roca

En la aduana me preguntan
De qué país soy ciudadano.
Cuando la Catrina toca su pífano de hueso
Y remienda sueños olvidados, soy mexicano.
Si al abrir y cerrar un bandoneón se despliega la calle
Y un gato recorre las cornisas del barrio,
Mi ángel de la guarda habla en lunfardo.
Si la tristeza se riega en mi cuarto,
Envalleja mi pan y mi artesa, mi plato y mi cuchara,
Soy el huayno que acompaña al hombre solitario,
Un hombre llegado de la Puna.
Veo el fantasma de Teillier y soy agua de Chile,
Compatriota de cielos y naufragios.
Si el silencio se desliza en un bote de totora,
Si las nubes mascan coca para subir a su altura
soy boliviano.

Cuando suena una orquesta en la percusión del pecho
Lleva un sonido de trenes al túnel de la noche,
Soy de Santiago o La Habana, un lajero que regresa
A golpear con su bastón los tinglados del alba.
Si un potro recorre la llanura (si el viejo Simón Díaz
Trae un sombrero de oro, un color de araguaney),
Mi agua bautismal es Venezuela.
¿Sabe usted, impaciente aduanero,
Dónde queda Uruguay?, Queda en otro monte,
En otro mundo fabulado por un Conde sin reino.
Soy uruguayo al visitar el eco de sus cantos.
El viento trae semillas de lejanía,
Teje y desteje trenzas y nubes
Y un concilio de sombras oficia las distancias:
Soy correo de Chasquis,
Un incierto corresponsal de Gangotena.
Siempre que camino las florestas del lenguaje
Vuelvo a Darío y soy de un país
Que compone sonatinas tocadas por el mar.
Cuando intento reconciliarme con la muerte,
Soy compatriota de Barret, con él me hago oriundo
de Paraguay.

Entro a un mapa oculto en las manos de Cardoza,
En sus líneas soy vendedor de espigas y máiz
En la Antigua Guatemala.
Soy brasilero en Pernambuco, me apellido Bandeira
Y prefiero «el lirismo de los locos»,
Los ojos de una muchacha envejecen sin remedio.
A veces soy colombiano, cuando en Ciénaga de Oro
Suenan los bombardinos
O un poeta pinta el verde de todos los colores.
¿Me entenderán en la aduana
Si les digo que soy del lugar donde te encuentres?

*Juan Manuel Roca (Medellín, Colombia, 1946) es poeta, ensayista, narrador y periodista, acaba de publicar el poemario Pasaporte del apátrida (Pre-Textos).

 

Las crónicas poéticas de Stephen Crane

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Stephen Crane vivió solamente 29 años. Nació en Newark, New Jersey, en 1871 y murió en 1900. Fue el menor de catorce hermanos. Escribió su primera novela en dos días. Tanto su padre como su madre fueron escritores y entre sus antepasados abundaron los soldados y los clérigos. Quienes han estudiado su obra concuerdan en que ella refleja las influencias familiares, en su tema obsesivo, el conflicto y la guerra; en su compasión estoica, casi mística; y en su tono bíblico. Crane escribió narraciones, ensayos y novelas. Su extraordinaria y corta carrera literaria comenzó a los veinte años de edad, cuando salió de la Universidad de Syracuse y produjo su primera novela, con el titulo de ‘Maggie: A Girl of the Streets’, en solamente dos días de trabajo febril. Más tarde publicó varias obras más, entre las que destacan dos libros de poemas, ‘The Black Riders and Other Lines’ (1895) y ‘War is Kind’ (1899).

Crane fue tan buen narrador, que durante mucho tiempo no se consideró su poesía digna de mayor atención. Vivió algún período en Inglaterra, y allí alternó con genios de la talla de Henry James, Conrad y H.G. Wells. Un notable crítico llegó a compararlo con James Joyce por su vigor como narrador de ficción.

Solamente a mediados del siglo XX comenzó a valorarse la prodigiosa poesía de Crane, que aparte de las influencias ya anotadas revela una poderosa vena periodística (él mismo trabajó como ‘reportero’ en Nueva York y lo hizo con singular brillo). Pero además, una lectura atenta de sus poemas muestra dos vertientes líricas que confluyen: la de Walt Whitman y la de Omar Khayyam. De la pluma de Crane fluye una fuerte y concisa poesía de la ciudad, del mundo moderno, de los problemas de la muchedumbre, sobre el trasfondo de las eternas preguntas esenciales del hombre y sus dilemas éticos. Hay un breve poema de Crane que es hermano gemelo de otro de Khayyam. Es este:

Tu dices que eres santo,
y eso
porque no te he visto pecar.
Ay, pero existen aquellos
que te ven pecar, amigo mío.

Compárese con el de Khayyam, que ya he publicado anteriormente, y que dice así:

Un religioso dijo a una ramera: ‘Estas ebria,
atrapada a cada momento en una nueva trampa’
Ella respondió: ‘Oh, Señor, yo soy lo que tú dices,
y tú, ¿eres lo que aparentas?’

Ahora bien, nosotros, los latinoamericanos, deberíamos leer más poesía norteamericana, especialmente aquella que nació y creció con el siglo XX. Porque además de encerrar la sabiduría rebelde que nace en los callejones de las grandes ciudades, esa poesía nos enseña a acercarnos al alma ruda y sincera de un pueblo de trabajadores, inmigrantes y pioneros, que se enfrenta al inmenso poder acumulado por la gran metrópoli. Esa poesía nos enseña también a producir hermosas flores sin más materia que el cemento, y ternura sin más elementos que el paria miserable y la sombría callejuela del suburbio. Stephen Crane es, en esta obra de creación mágica, uno de los grandes brujos de la moderna poesía norteamericana.

Aquí les ofrezco, por eso, tres breves joyas de este poeta excepcional.

Muchos demonios rojos

Muchos demonios rojos cayeron rodando de mi corazón
sobre la página.
Eran tan diminutos
que la pluma los pudo hacer papilla.
Y muchos forcejeaban en la tinta.
Era extraño
escribir en este rojo amasijo pegajoso
de cosas salidas de mi corazón.

Un periódico

Un periódico es una colección de injusticias a medias
que, voceada por muchachos milla tras milla,
difunde su curiosa opinión
ante un millón de hombres compasivos y burlones,
mientras las familias abrazan los goces del hogar
cuando las estimula una noticia de horrenda agonía solitaria.
Un periódico es un tribunal
donde cada uno es procesado de modo amable e injusto
por una mezquindad de hombres honestos.
Un periódico es un mercado
donde la sabiduría vende su libertad
y los melones son coronados por la multitud.
Un periódico es un juego
en que el jugador logra la victoria gracias a su error,
mientras que otro, por su destreza, recibe la muerte.
Un periódico es un símbolo:
es la crónica casquivana de la vida,
una colección de chismes vulgares
que concentran eternas estupideces,
de esas que en épocas remotas vivían ininterrumpidamente
vagando a través de un mundo sin cercas ni barreras.

Un hombre con una lengua de madera

Había un hombre con una lengua de madera
que intentaba cantar,
y en verdad eso era lamentable.
Pero hubo uno que oyó
el claqueo de esa lengua de madera
y supo que el hombre
quería cantar.
Y con esto el cantante se sintió feliz.

(La traducción es mía.
No conozco otras versiones en español de este poeta.
Recientemente se ha publicado una traducción de
‘The Black Riders and Other Lines’, realizada por Nicolás Suescún
(Casa de Poesía Silva, Bogotá, 2001; Hiperión, Madrid, 2006).
Desgraciadamente no he tenido oportunidad de consultarla.
Carlos Vidales.)

Una canción de Jorge Manrique

Jorge Manrique (1440-1479)

 

Con dolorido cuidado,

desgrado, pena y dolor,

parto yo, triste amador,

de amores desamparado,

de amores, que no de amor.

Y el corazón enemigo

de lo que mi vida quiere,

ni halla vida, ni muere,

ni queda, ni va conmigo.

Sin ventura, desdichado,

sin consuelo, sin favor,

parto yo, triste amador,

de amores desamparado,

de amores, que no de amor.

Jorge Manrique vivió solamente 39 años. Poco sabemos de su vida. Se da por aceptado que nació en Paredes de Nava (Palencia), aunque cabe la posibilidad de que naciera en Segura de la Sierra (Jaén). Fue hijo del conde de Paredes, don Rodrigo Manrique, y de doña Mencía de Figueroa.

Fue señor de Belmontejo, miembro de la Orden de Santiago. Intervino en varias batallas, siempre bajo los pendones de la reina Isabel. Hay en las crónicas testimonios de su valor heroico. Su lema guerrero era: “Ni miento ni me arrepiento”. En una escaramuza previa a la batalla de Uclés, ante el castillo de Garcímuñoz, en Cuenca, fue herido mortalmente y en ese mismo sitio fue sepultado (24 de abril de 1479).

Poeta de extraordinaria sencillez, escribió varias canciones que han sobrevivido en la cultura popular, en muchos cancioneros. Su estilo, escueto y depurado, puede considerarse como el modelo que en el siglo XX habría de perfeccionar Antonio Machado (1875-1939). Su gloria como poeta proviene de sus famosas Coplas a la muerte de su padre, poema de cuarenta y tres coplas en pie quebrado, de las cuales una tercera parte está dedicada a su padre y el resto, la mayoría, a la muerte en su sentido filosófico y existencial, lo cual hace de este poema una obra universalmente reconocida. Según la tradición, Lope de Vega dijo que este poema “merecía estar escrito con letras de oro”.

Entre los muchos ilustres parientes de Jorge Manrique se cuenta nuestro inmortal Gómez Suárez de Figueroa (Cusco, Perú, 1539-Córdoba, España, 1616), más conocido como el Inca Garcilaso de la Vega.

Perseguido por buscar la verdad

Baltasar Garzón

El juez Baltasar Garzón

Que no se engañe nadie. La acusación contra el juez Baltasar Garzón, impulsada por la mismísima Falange Española, no es otra cosa que la persecución implacable contra quienes, como él, buscan esclarecer la verdad de los crímenes de lesa humanidad cometidos por el nefasto régimen franquista.

A este juez le ofrezco mi solidaridad fraternal. Y a sus perseguidores les dedico, porque les cuadra bien, un poema de Miguel Hernández, víctima del franquismo, cuya vida luminosa y trágica se recuerda en estos días en el mundo entero.

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Décima de Buen Amor

Coito: Tacuinum Sanitatis, manuscrito medieval, siglo XIV (cod. Paris)

El Arcipreste de Hita
disfrutaba con humor
el goce del buen amor
en cama grande o chiquita;
así el poeta acredita
la inspiración verdadera
cuya pródiga cantera
es camastro estremecido
por el delirio encendido
de una yunta placentera.

Carlos Vidales
Estocolmo, 2010-01-09

Nota bene: Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, nació probablemente hacia 1283 y escribió su obra durante la primera mitad del siglo XIV. Murió hacia 1350. Encarcelado por el Arzobispo de Toledo, don Gil de Albornoz, a causa de la controversia sobre el celibato eclesiástico obligatorio que entonces se intentaba imponer, escribió en la prisión el “Libro de Buen Amor”, en cuyas páginas se defiende el derecho de los clérigos a la convivencia amorosa “con hembra placentera”. Su doctrina humanista sobre la función saludable del amor y del acto sexual procede sin duda del “Manual de Salud” (Tacuinum Sanitatis), manuscrito ilustrado del siglo XI, escrito por el médico árabe Ibn Butlan de Bagdad (Abulkassem de Baldac). Diversas copias de este manuscrito circularon profusamente entre la gente letrada de Europa durante varios siglos, hasta que a mediados del siglo XVI se hicieron sus primeras publicaciones en imprenta. En el Tacuinum Sanitatis consta la necesidad saludable de realizar el coito con alguna regularidad y, además de los consejos de salud y precaución pertinentes, se acompaña el texto con la ilustración correspondiente, a todo color, según la figura anexa que he reproducido de mi biblioteca (Tacuinum Sanitatis, copia de Paris, folio 100v). Si alguno de mis lectores se siente escandalizado por mi décima, le ruego que se traslade mentalmente a la Edad Media para que pueda ver las cosas con la tolerancia de los clérigos de aquella época tan sabrosa. Vale.

El prudente Nostradamus

Michel de Nostredame (1503-1566)

Hablaba como profeta:
los poderes condenaba
y sus lacras denunciaba
mediante clave secreta;
así el prudente poeta
si quiere llegar a viejo,
ha de seguir su consejo
dando noticias del día
en forma de profecía
para salvar el pellejo.

Carlos Vidales
Estocolmo, 2010-01-07

Óyeme con los ojos

Don Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), pasó varios años encerrado en su casa, sufriendo lo que hoy llamamos «arresto domiciliario», a causa de sus duros escritos políticos contra la corrupción reinante. Pero sus «retiros» no eran todos de castigo ni de penitencia. Durante largos períodos se aislaba del mundo para reflexionar, escribir y «conversar con los difuntos», como él llamaba al ejercicio de leer «pocos, pero doctos libros».

Tenía en su dormitorio un mueble que él mismo había diseñado. Era un estante rotatorio, con ruedas, que él arrimaba a su lecho para gozar de la lectura de los libros selectos que reposaban en el mueble. Era su biblioteca de cabecera.

Durante uno de esos retiros espirituales, en el pueblo Torre de Juan Abad, escribió este soneto en honor a sus libros y a los «difuntos» con los cuales conversaba a través de sus lecturas:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.

Ahora bien. El cordobés Gabriel Laguna, en su hermoso blog dedicado a la tradición clásica y su influencia sobre la moderna cultura occidental, ha escrito una interesante nota sobre la notable metáfora «en conversación con los difuntos» como alusión a la lectura de libros clásicos. Poco agregaré sobre sus notas eruditas, que los lectores pueden saborear directamente:


En conversación con los difuntos

Solamente comentaré que en el soneto de Quevedo brillan dos metáforas:


«vivo en conversación con los difuntos»
, y
«escucho con los ojos a los muertos».

Ambas metáforas tienen raíces en la tradición clásica, pero son revividas creativamente por los grandes poetas del barroco y, en general, de fines del siglo XVI. Sorprende, por ejemplo, esto de «oír con los ojos» (= leer), más cuando se constata que la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) construye con ella esta bellísima estrofa:

Óyeme con los ojos,
Ya que están tan distantes los oídos,
Y de ausentes enojos
En ecos de mi pluma mis gemidos;
Y ya que a ti no llega mi voz ruda,
Óyeme sordo, pues me quejo muda.

Según los expertos en literatura, que parecen saber mucho del asunto, Sor Juana es una representante del barroco y en particular de su escuela culterana. Lo malo de tales clasificaciones es que omiten las historias personales y socialesde cada verso, de cada estrofa y de cada metáfora.

Ni Quevedo ni Sor Juana «escuchaban con los ojos a los muertos» o «vivían en conversación con los difuntos» por puro gusto personal. Quevedo creció, solitario y receloso, a lo largo de los corredores del Palacio Real, viendo con sus ojos tanta corrupción, tanta intriga, tanta podredumbre humana, que su clara inteligencia le enseñó a menospreciar a esa alimaña que se llama «homo nobilis» (el noble) y a poner los ojos en la voz escrita de los sabios muertos. Sor Juana, mujer, hija ilegítima, mestiza, bella y dotada de inteligencia genial, aprendió pronto a ver las lacras ocultas bajo la hipocresía de los doctos y beatos fariseos de la corte virreinal, y con la alegría irónica del destructor de mentiras se dedicó a escribir versos amorosos por encargo de damiselas coquetas que, tal vez, nunca entendieron cabalmente los mensajes secretos de ética y justicia envueltos en las metáforas culteranas de nuestra amada monjita.

Hoy oímos con los ojos a Quevedo y a Sor Juana y sentimos por ellos la sana y robusta veneración que se debe sentir por dos buenos compañeros.

Carlos Vidales

El Festival Internacional de Poesía de Medellín: comprometido con la paz

Declaración pública de Fernando Rendón, Director del Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia.

 

Colombia es un país en guerra: ¡el mundo entero lo sabe! El Estado colombiano gasta US $4.171 millones de dólares al año para armar el brazo de la muerte y mantener activo este conflicto armado contra la población. Diariamente se producen bombardeos y combates en los campos de Colombia, que afectan la vida y las tierras de campesinos e indígenas, y la economía de la nación.

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Un poeta extraordinario

Mario Meléndez (Linares, Chile, 1971). Estudió Periodismo y Comunicación Social. Entre sus libros figuran: “Autocultura y juicio” (con prólogo del Premio Nacional de Literatura, Roque Esteban Scarpa), “Apuntes para una leyenda” y “Vuelo subterráneo”. En 1993 obtiene el Premio Municipal de Literatura en el Bicentenario de Linares. Sus poemas aparecen en diversas revistas de literatura hispanoamericana y en antologías nacionales y extranjeras. Ha sido invitado a numerosos encuentros literarios entre los que destacan el Primer y Segundo Encuentro de Escritores Latinoamericanos, organizado por la Sociedad de Escritores de Chile (Sech), Santiago, 2001 y 2002, y el Primer Encuentro Internacional de Amnistía y Solidaridad con el Pueblo, Roma, Italia, 2003, donde es nombrado miembro de honor de la Academia de la Cultura Europea. A comienzos del 2005, es publicado en las prestigiosas revistas “Other Voices Poetry” y “Literati Magazine”. Durante el mismo año obtiene el premio «Harvest International» al mejor poema en español otorgado por la University of California Polytechnic, en Estados Unidos. Parte de su obra se encuentra traducida al italiano, inglés, francés, portugués, holandés, rumano, persa y catalán. Actualmente trabaja en el proyecto “Fiestas del Libro Itinerante”.

 

LOS PÁJAROS DEL PUEBLO

Mario Meléndez

El niño no paraba de llorar
aunque el verdugo repetía de rodillas
que su madre no había muerto

1

A los ríos que dejaron sus pechos en el mar, a la tierra de mejillas prolongadas como tripas, a la piedra madura que besa viento y camino, a las montañas maternales, a la flora y fauna decapitada por manos sangrientas, a los volcanes reprimidos, a la lluvia inconsecuente de los bosques y ciudades, a las aves, con sus maletas y sus alas, a los desiertos enemigos del agua pura, al vino que incendia la garganta del pueblo, a los hielos de entrañas frías y secretas, a los valles, a los cóndores, a todo lo que es parte de mí y de mi poesía, a ellos entrego mi canto, a ellos dedico la semilla de la noche, mi soledad de araña que cae sobre la patria y sobre cada palabra que sale a mi paso, mi voz enamorada de la primera y última gota de mis hermanos, mis labios color de fruta, mis venas acariciadas por el sueño salvaje, mi agonía incesante y profunda, mi religión de aullidos desatados, mi juventud sonora y definitiva. A ellos levanto mi puño como una bandera, a ellos dedico el calor de esta brasa, de esta lágrima de Dios llamada Chile.

2

Cuando llegó el invierno a Chile, miles de pájaros volaron con la primera lluvia, estaban asustados entre la sombra y la muerte, y prefirieron emigrar con sus vidas hacia otras vidas. Tomaron el primer avión desesperados, se arrojaron a los muelles persiguiendo barcos, cruzaron las montañas huyendo de las lanzas, y dejaron atrás la patria y a los herederos del hambre. Algunos no despegaron jamás, les arrancaron las alas en el intento y la lucha, desaparecieron con nombre y apellido bajo los árboles de hierro, los encerraron en jaulas por especies, y cuando años después los encontraron tenían la caricia del cuervo entre sus plumas. Los otros, los perseguidos, los pájaros del pueblo que lograron atravesar la muerte, debieron acostumbrarse a volar de otra manera, a sentir de otra manera, a respirar de otra manera. La tierra ajena los había recibido, la tierra amiga los invitaba a su mesa a compartir el pan y sus dolores. Muchos incluso en la agonía soñaron con ver la patria por última vez, pero la patria también agonizaba, había querido volar con sus alas rotas.

3

a Víctor Jara

Más allá de la guitarra están las manos separadas de la patria, un sonido de alas que arde y quema mis zapatos, una invitación a orinar sobre la tierra con la semilla pura del canto. Más allá de la guitarra la sangre dibuja una música violenta y la cabeza del cantor se llena de agujeros y de besos con olor a muerte. Más allá de la guitarra los caminos lloran, la lluvia llora y cae de rodillas porque el hijo de la tierra no completará sus pasos. Más allá de la guitarra, más allá del estallido que apagó los corazones, más allá de este poema y con la herida inolvidable de un tiempo inolvidable, los ojos buscan a Víctor, más allá de la guitarra y de la patria.

4

¿Quién escribirá este dolor? ¿Quién destapará los gritos enumerándolos? ¿Quién se atreverá a hacerlo? Porque si nadie se ofrece, yo estoy dispuesto a correr el riesgo. Pero qué puedo decir si hay tanto de qué hablar, son tantos los rostros que jamás amanecieron, tantos los ojos rotos. Esa mujer me pregunta si lo he visto, ese anciano me pregunta si lo he visto. Y yo, qué puedo decir, si me veo en una calle herido, si me veo en el fondo del mar o en una fosa o torturado o suplicando, qué puedo decir si estoy bajo la tierra y me desmigo. Que sea otro quien escriba este dolor, que sea otro el que se vista de negro, el que corte las flores, el que enloquezca; yo solamente enterraré a los muertos.

5

No levantes esa piedra porque verás muchos zapatos, no respires bajo el mar porque hallarás los cordones y las suelas, no te cuelgues de los árboles o de los techos o de la noche, apilarás ceniza y sangre entre tus dedos; no trajines la tierra, no escupas sobre la saliva descuartizada y seca, no sumerjas la cabeza en un desierto, no llores, no asesines. La patria es más profunda que el agua, más genital y profunda. Es una ciega lanza atravesada por montañas, cauces y edificios, atravesada por vivos y por muertos. En cada parque crecerá una flor con cicatrices, en cada río nacerán peces que llegarán al mar con ecos y tambores, en cada casa escucharás murmullos, en cada calle un grito, en cada fosa que se abra una caricia que conoces. Y verás bajo esta tierra, bajo esta lanza desgarrada y rota, bajo estos huesos verás toda la sangre de un pueblo, toda la sangre encendida de un corazón que renace, toda la sangre enterrada hecha victoria y canto.

6

Me tomaré la palabra hasta que todos mueran, hasta que por la boca rueden ojos blancos y por los ojos bocas sin voz ni arquitectura. Entonces, como una sola derrota, como un murmullo de cuándo, dónde y para qué, como una gran pregunta arrancaré metales, sangre arrancaré sobre las flechas, flores de piedra que arderán con sus espinas y con hijos no reconocidos. Será una guerra a vida, una independencia total de mi esqueleto, y no podrán moverse si yo no me muevo, no respirarán por mi nariz o por mi semen, no trajinarán mi cuerpo con nuevos gritos. Porque yo me tomaré la palabra de pies a cabeza, hasta que todos mueran de todo y todos vivan de nada, hasta que se abra la tierra y vuelen y los devuelvan, yo me tomo la palabra.

7

Mi pueblo tiene frío cada día del año, tiene hambre y sed y juventud. Mi pueblo es un pedazo de madera, de cama que no alcanza para cuatro o para ocho. Mi pueblo tiene lluvia y viento, tiene caras dibujadas con ceniza, tiene manos que aplauden para no morirse. Mi pueblo no tiene nombre, no tiene edad ni edades, no tiene calles ni sonrisas. Mi pueblo no tiene Dios, la levadura y la sal vencieron a los santos, el agua de los grifos fue más pura que una iglesia. Mi pueblo es un resumen del amor cansado, es una biografía sin orillas ni rincones, un cadáver reciente, una copa que jamás será llenada. Mi pueblo tiene niños que parecen ancianos y ancianos que se robaron los años, tiene mujeres con ojos apagados y hombres cortados por la mitad. Mi pueblo tiene árboles sin troncos y sin hojas, tiene rosas que cambiaron su color por un kilo de pan. Mi pueblo es una herida en el tiempo, una guitarra enferma y sorda y muda, una canción de nombres definitivamente tristes, definitivamente amargos, definitivamente olvidados en el gran sueño de la vida.

8

Los pobres veranean en un mar que sólo ellos conocen. Allí instalan sus carpas hechas de mimbre y celofán, y luego bajan a la orilla para ver la llegada de los botes curtidos de adioses. En la playa la miseria se broncea boca abajo, el hambre toma sol en una roca, los niños hacen mediaguas en la arena y las muchachas se pasean con sus bikinis pasados de moda. Ellas tienden sus toallas de papel y se recuestan a mirar el reventar de las olas que les recuerda la forma de un pan o una cebolla. Mar adentro nadan los sueños. Y ellas ven al vendedor de helados acariciando sus pechos o a ellas mismas en un viaje hacia la espuma, del que regresan con vestidos nuevos y una sonrisa en el alma.

Los pobres veranean en un mar que sólo ellos conocen. Y cuando cae la tarde, y el horizonte se desviste frente a ellos, y las gaviotas se desclavan del aire para volver a casa, y el crepúsculo es una olla común llena de peces y colores, ellos encienden sus fogatas en la arena, y comienzan a cantar y a reír y a respirar la breve historia de sus nombres, y beben vino y cerveza, y se emborrachan abrazados a sus mejores recuerdos. Mar adentro nadan los sueños. Y ellos ven a sus hijos camino de la escuela, cargando libros y zapatos y juguetes o a ellos mismos regresando del trabajo con los bolsillos hinchados y con un beso pintado en el alma. Y mientras ellos sueñan, el hambre apaga sus fogatas y se echa a correr desnuda por la playa con los huesos llenos de lágrimas.

9

Vamos, acompáñame, en aquel sitio levantaré mi casa. Ven, ayúdame, necesito de tus manos y las de otros para juntar cemento y agua. Vamos, una vez más, hasta que el último ladrillo sea derramado y el corazón de la casa te llame a completar mi canto. Ven, ayúdame, trae las puertas que yo abriré para ti, la masilla que soportará nuestras vidas y esa sonrisa tuya que tanto me gusta. Vamos, ésta es la casa del amor sin fin, el lugar donde mis huesos se abren hacia todos lados y mi voz sacude el polvo de ese nuevo día. Vamos, una vez más, en aquel sitio levantaré mi sombra. Ven, anímate, sobre la última piedra enterraré una cruz y aquellas manos clavadas recorrerán el cielo.

10

Por este Chile volarán un día unos ojos perdidos, una corriente de aire con pecho de paloma o un racimo de agujas mordiendo y clavando los números del alma, tomándole el pulso a la corteza diaria de andar y desandar el llanto, silbando más abajo de la piel y haciendo suyo el grito de las escaleras. Volarán una y mil veces para no volver, volarán en vuelo rasante de pájaro ausente, de luna machacada por el pan y por la sangre de un cordero degollado en noches de humo y cielo sin olvido. Volarán sacudiendo las letras de un corazón como el mío, saltando, durmiendo, desgarrando el aire, llenando la memoria de fantasmas y de abejas malheridas, juntando en mitad de la calle nuestras cenizas descalzas. Así, con largas cicatrices abrazaremos la patria, nos iremos por los mares, por los ríos, por los sueños, nos iremos cada uno con un muerto en la boca, y estaremos tan cerca de poder enterrarlos, de decir aquí yacen los que un día fueron, los que un día cantaron a la tierra y al viento, aquí yacen enteros, dignos, inmortales, sabedores del lugar de sus huesos, alegres y definitivos en la quietud de una fosa con alas.

11

Al hombre le arrojaron piedras, le arrojaron piedras y huesos, y cuando ya no hubo sino flores en la tierra, lo dejaron boca abajo, humedecido por la espuma de los tiempos y con un sueño atravesado en las antenas, como pequeño homenaje a su lucha con los ríos y a su voz de trapo oscuro. Luego le prendieron fuego, lo quemaron a la sombra de su propia sombra, lo dejaron para que el viento se ensañara de ceniza y cráneos de humo. Quisieron robarle la pulpa, quisieron descascararlo tapándole la luz que le salía por la lengua y así nadie se atrevería, nadie otra vez sobre el mantel o sobre el muro levantaría los brazos, nadie otra vez sería viejo o niño sino en los cuentos perdidos para siempre. Pero el hombre quedó repartido, se propagó en la noche ausente y en el frío, se descolgó por las costuras del silencio. Y ellos tuvieron miedo, miedo del llanto de las espinas, miedo de los cabellos y de las manos reunidas para gritar por el hombre y por todos los hombres, por todos los corazones apagados, por todas las lágrimas resecas, por todos los pies y todos los ojos que nunca volverían a ver. Porque la piel de los caminos aún guardaba el apellido y los rostros color de uva, las llagas de aquel viajero que volvía a destapar la cacerola del horror y ese dolor de muelas tan grande, tan grande, como el hambre que abraza la soledad de las entrañas. Así lo entendieron los volcanes, y así lo traspasaron a todas las cosas. Sabían que el hombre volvería, y que un día llegaría otro y otro y otro, y aunque la sangre desfilara mil veces y la cabeza rodara como ruedan las palabras arrastradas al vacío, finalmente el hombre, el verdadero, aquél de la caricia y el amor definitivo, inundaría los jardines y las naciones nuevas, guardando por fin la espada en la fosa del recuerdo.

12

Los batallones que decoraron el alma envejecen ahora sin más castigo que el luto de los ojos. La tierra aún respira ánimas marchitas, renace de vez en cuando el alarido múltiple, y las teñidas y desorientadas aguas retoman el curso normal de la existencia humana. Nosotros nos apuramos para no perdernos nada, traemos bebidas y tortas, y nos sentamos frente a la pantalla a disfrutar de la película. Al poco rato nos aburre la desgracia, nos da lo mismo el victimario que la víctima, perdimos la cuenta de los arrojados al mar o los que todavía respiran. Cambiamos de canal entonces y el rojo va apareciendo como por arte de magia, la imagen se congela con el brillo de los sables y alguien comienza a llorar presintiendo la masacre. Aquí nos interrumpen las transmisiones, nos dicen: “Buenas noches, mañana será otro día”. Y así se nos van los siglos, entre algunas sonrisas que ya no veremos jamás y el sueño eterno de creer que estamos vivos.

13

Junto los muertos reales a los que llevo en mi cabeza, a los que nadie quiere los guardo como a esas cartas selladas con sangre. Cada recuerdo es un ánima negra y soñolienta, más negra que la noche de los campos, irremediablemente negra y carnal y dolorosa, irrepetible hueso por hueso porque es así como la muerte llega: única y duradera. Tiendan los ojos al sol, sacudan los años sobre el suspiro de las sombras, verifiquen el soplo de la angustia lenta, aquí se está para siempre, como nunca antes, como nunca nadie, solo como el aullido de un túnel vagando en sí mismo, solo en el trino mortal de los últimos milanos, de los últimos rasguños de un puma astral y convaleciente, porque es así como la muerte llega: única y duradera. Única y duradera desde los días, desde los sueños, desde los muertos que llevo en mi cabeza, desde las ciegas tumbas que nos esperan, hundida bajo el aura seca del vacío, a donde iremos a dormir alguna vez, en la inevitable siesta de los siglos.

14

Y así se escribe la historia, con sangre como es de suponer, con callos, con verrugas, con azotes, con todo lo que el hombre es desde su nacimiento, con todos los sueños gastados para nunca jamás. Pero el amor nos redime, nos salva de este rito macabro, de este vivir sencillamente a solas cuando nos besa de lejos la muerte, de este lenguaje frío y vaporoso que somos al encontrarnos con nosotros mismos. Porque de tanto andar imaginariamente remotos, imaginariamente dormidos bajo este sol furioso y necesario, algo nos lleva a levantarnos de entre los ojos humeantes, a descorrer el cerrojo del día, a sollozar de pie nuestra gran pena. Y es que no importa quien sea el elegido, el de las nubes amargas, el de las horas golpeadas, siempre estaremos allí, innumerablemente solos, definitivamente enormes, y libres, libres, para reír sobre la sangre.

15

a Dagoberto Pérez

Y juntaré tus muertos para cuando vuelvas, para cuando regreses de ese viaje de luz, de ese viaje de estrellas y luciérnagas, allí estarán tus muertos esperándote, vestidos con la paz de tu recuerdo, con el perfume de tus palabras, allí estarán tus muertos impacientes, preguntando por ti, con sus heridas al viento, con sus gestos deshojados, allí estarán tus muertos para cuando vuelvas, para cuando regreses y los veas, mientras se abrazan a ti, mientras te llevan en andas hasta el cielo de los vivos.

16

Hoy te dijeron no, tú no regresas, no volverás a manchar los recuerdos de sangre, no volverás a regar de lágrimas la patria. Te quedarás allá, bien lejos, solo y terriblemente solo, solo hacia la noche que te espera, solo con tu llanto y tu dolor y tu miseria, allá afuera, bien lejos, muy lejos de los niños y las flores y los peces, muy lejos de la esperanza que saldrá con sus trompetas a celebrar por las calles, muy lejos de la alegría que untará tu foto en miel para que la coman los gusanos, y los gusanos dirán no, por qué nos hacen esto, y dejarán tu foto intacta, porque ellos también festejarán sobre el murmullo de este día, festejarán junto a nosotros que estaremos esperando, esperando a que regresen nuestros muertos, nuestros muertos que vendrán con sus heridas al viento, tomados de la mano, en una sola ronda, en una inmensa ronda que besará la tierra. Y nuestros muertos cantarán por nosotros, y bailarán y reirán por nosotros, y tomarán nuestras manos para levantarlas, para decirnos, no tengan miedo, tú ya no vuelves, y sonarán las guitarras, y sonarán los tambores, y sonarán nuestras manos en una gran orquesta, en una gran caravana de sonrisas y de lágrimas todos iremos juntos, vivos y muertos, terriblemente abrazados, terriblemente felices, porque hoy te dijeron no, tú no regresas, y un coro de huesos cantará en tu cumpleaños.

17

a Gladys Marín

Abrígate, Gladys, que la muerte tiene los pies helados y una lágrima en la sien. No bastarán tus rojos huesos para este viaje ni la saliva de tu corazón. Date trato, que hay lombrices añorando tus entrañas, tus axilas luminosas, tus rodillas que adivinan el país de los enanos. Ve despacio, no te olvides de marchar entre las tumbas, no te canses, y ojo con las hormigas que te deprimen, con aquéllas que presienten tu color desde lejos, tu color sin maquillaje, tus encías de viento, tu cabello enjaulado que crece cuando ríes, compañera de las horas golpeadas, todo vale en esta noche sin orillas, donde la eternidad pasa descalza entre tus muertos, y tiene hambre de abrazarte, porque sabe que tus gestos resucitan y se echan a volar sin despedirse, y se pierden en la patria de los sueños, y ya no vuelven. Qué harás ahora sin ti, sin tu esqueleto de pan mojado, sin tus pechos que ladran de orgullo, sin tus sábanas heridas, ahora que la ausencia se desviste para otros, qué harás bajo la tierra sin conocer a nadie. Abrígate, Gladys, y amarra bien tus cenizas por si te arrepientes.

18

El final se acerca

con banderas de todo tipo

con escudos amargos

con estandartes de odio

El final se acerca

y sólo tu rostro flamea

entre los mástiles

mientras abajo

más cerca del gusano

que de tus labios

la muerte

ha izado mi sombra

a media asta

Juan Manuel Roca

El poeta colombiano Juan Manuel Roca (Medellín, 1946-) ha sido galardonado con el prestigioso premio «José Lezama Lima», Casa de las Américas 2007 «por recoger, en versos escritos a lo largo de treinta años, lo mejor y más personal de una obra ya ineludible».

 

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Roca es considerado como el más importante poeta vivo de Colombia. Aunque lleva ya más de cuarenta años escribiendo, la publicación de su producción poética se inició en 1973 con Memoria del agua. A esta obra, que ya anunciaba un estilo conciso, sereno, de contenida ternura, siguieron Luna de ciegos (1975), Los ladrones nocturnos (1977), Señal de cuervos (1979), Fabulario real (1980), Antología poética (1983), País secreto (primera edición, 1987; segunda edición, 1988), Ciudadano de la noche (1989), Pavana con el diablo (1990), Luna de ciegos (antología, 1991), Prosa reunida (1993), Lugar de apariciones (2000), Los cinco entierros de Pessoa (2001), Arenga del que sueña (2002), Cartografía memoria (ensayos en torno a la poesía, 2003), Esa maldita costumbre de morir (novela, 2003), Cantar de lejanía (2006) y El ángel sitiado (2006), además de varias antologías, ensayos y artículos.

Su poesía es sugestiva y sutil, sin pretender delicadeza. Aborda la terrible realidad de su país, azotado por la violencia, así como la sombría problemática de la existencia humana en esta hora oscura de deshumanización. Pero lo hace en un terreno minado de claves misteriosas, alusiones de la fantasía que el lector debe ir descubriendo y descifrando en el proceso de la lectura. Se ha dicho que él es un artesano del poema arquitectónico, aludiendo así al juego que realiza entre las onomatopeyas y los deslizamientos semánticos, construyendo así imágenes y situaciones poéticas muy sorpresivas a partir de los elementos más sencillos y cotidianos de la realidad concreta. Es un poeta intimista y social al mismo tiempo, un aparente cínico que cubre con una oscura capa de ironía un enorme humanismo, un optimismo a toda prueba y un amor por la ternura que nunca se atreve a confesar abiertamente.

Incluímos aquí dos poemas de Juan Manuel Roca, ambos de la primera época de su producción.

Paisajes

Sentados en la yerba,
Mientras cruzaban
Mujeres con canastas de fruta,
Dos ciegos
Hablaban del paisaje del olor.
¡Ah, la sombra de un pájaro
en sus rostros!

Mis deudos jugueteaban
con un violín prestado

Mis deudos jugueteaban con un violín prestado,
Con ese violín inventado por el diablo.

¿Ese mensajero que venía en bicicleta
traía el papel que anunciaba la matanza?
Alguien dijo: nuestro país se desangra.
Tomaremos nota
Cuando la sangre corra debajo de las mesas,
De nuestras mesas del café que hace esquina con el tedio.
Silencien esa flauta que despierta mis muertos,
No me ortiguen los ojos.
Ah, si tuviera al menos una trenza
y el pie ligero de los vientos
a cuyo paso se hamaca el cafetal o navega el olor de las pomas
mientras las sombras nocturnas se pasean
por los mismos caminos donde un hombre
como fruta madura se desangra.
Nuestro país (si alguna vez ha sido nuestro)
No perdona la risa de sus niños.
Cada mañana un cadáver en las plazas.
Cada noche mujeres visitadas por el miedo
Que golpea las ventanas.
Cada palabra: un pájaro tocado por la muerte en pleno vuelo.
Alguien llega.
Pienso que viene por mis manos.

Nota de Carlos Vidales
Estocolmo, enero de 2007