La madre noche:
un manantial de ranas
y de estrellas.
Carlos Vidales (c) 2011
Fotografía: Nebulosa de la Tarántula, NASA
Ranas: Oro, Cultura Quimbaya, Colombia
Vino mio, kerido de mi korason
El bokalito de vino
de un borachon
kuantos buenos me sos
tu, bokal mío yeno
amado mas ke mi ermano
a mi tos
amahas
a mi boz
aklaras
no dehas
ni yoros
ni ansias
sos mi amigo
i mi grande abrigo
kuando tu vino es ermozo
i kuando mi korason se aze gostoso
un medjidie vale kada gotika i gotika
una lira vale kada kopika i kopika
todo tiempo ke yo esto i vo a bibir
de ti no me vo nunka despartir
i te vo guardar dientro mi pecho
komo un grande provecho
vino mio el mi kerido
no me tomes el sentido
estate bien kontente
segun yo esto alegre
A. n. Giat (Bengiat) Telégrafo, edision de martes, 5649 (1888/89) Para apreciarlo en toda su belleza es preferible imprimirlo en forma de botella pues así se aprecia toda su «forma».
Pongo en seguida mi propia versión castellana, pidiendo perdón por posibles errores:
Vino mío, querido de mi corazón
Cantarito de vino de
un borrachón
cuántas bondades
me das
tú, cántaro mío, lleno
más amado que mi hermano
mi tos
alivias
mi voz
aclaras
no dejas
ni llantos
ni ansias
eres mi amigo
y mi grande amigo
cuando tu vino es bueno
y cuando mi corazón está gozoso
una medalla de gloria vale cada gotita
una lira vale cada copita y copita
todo el tiempo que viva y viviré
de ti nunca me separaré
y te voy a guardar dentro de mi pecho
como un grande provecho
vino mío querido
no me turbes el sentido
sé bueno y conténte con mesura
acorde con mi estado de alegría
Versión castellana: Carlos Vidales
(Sujeta a eventuales correcciones)
Se tradujo “medjidie” como “medalla de gloria”, aunque en realidad es la medalla de una importante orden militar y honorífica turca, considerada en la cultura popular de la época como de valor excepcional. “Una lira” parece aludir al instrumento musical, que simboliza la música celestial. Vale. CV. Estocolmo, 2010-10-24.
Esta pequeña joya de la poesía judeo-española, escrita en la forma conocida como “caligrama”, es una hermosa muestra de la inocente frescura de la poesía sefardí. Aunque el poema es muy antiguo, posiblemente anterior al siglo XVI, fue publicado en España en 1888. En el cancionero sefardí, pertenece al grupo de las “cansiones de borachon” (canciones de borracho, o de borrachera), muy comunes en bares y cantinas. He agregado de mi propia cuenta, en mi pobre sefardí, el título. Vale.
Nota bene. Sospecho que muchos lectores no perciben la complejidad de lo sencillo. El ser humano cometió un crimen, le echó la culpa a la serpiente (para el humano, siempre la culpa la tiene otro) y agregó una mentira: el otro (la serpiente) tiene la culpa por orden superior y eterna. Así se construyen las grandes impunidades humanas. ¿Cómo decir esto en tres líneas? ¿Se entenderá la ironía contenida en la frase «por ley divina»? ¿Dónde está el límite a partir del cual la sencillez oscurece el sentido?
Carlos Vidales (c) 2011
El reciente artículo de María Elvira Bonilla ”La paradoja de los negros” (El País de Cali, Impreso, Junio 3, 2011) me ha inspirado algunas reflexiones acerca del uso del lenguaje y sus implicaciones sociales. Se trata de reflexiones críticas, pero no de una crítica a María Elvira, puesto que no solamente ella sino millones de congéneres cometemos a diario las faltas que voy a comentar… y muchas más. Usaré pues “decimos” en lugar de “María Elvira dice”, y que los lectores, negros o de cualquier otro color, me perdonen.
Decimos: “los afros, o mejor, los negros” y eso no es correcto. ¿Podemos decir que un negro colombiano, descendiente de un esclavo que llegó a nuestra tierra, encadenado y marcado a fuego, hace cuatro siglos, es un “afro”? Podemos sin duda decir que es un negro, un colombiano negro, un negro colombiano, recordando la magistral lección de colorimetría del gaucho Martín Fierro:
Dios hizo al blanco y al negro
sin distinguir los mejores;
les puso iguales dolores
bajo de una mesma cruz,
mas también hizo la luz
pa distinguir los colores.
Ansí, pues, naides se ofenda;
no se trata de ofender:
a todo se ha de poner
el nombre con que se llama
y a naides le quita fama
lo que recibió al nacer.
Eso de “afros” es un eufemismo típico de los racistas postcolonialistas. Es su manera de decir “la raza africana”. ¿Existe eso? ¿Son “afros” los bereberes, los egipcios, los yemenitas? ¿Son “afros” los judíos etíopes que , además de judíos, son negros de color y africanos de nacimiento? Y sostener que un colombiano es “afro” porque su más remoto tatarabuelo era un esclavo africano hace cuatro o cinco siglos, ¿no es lo mismo que sostener que yo soy “español” porque en el año 1531 llegó a nuestras tierras un notario “español” (en realidad sefardí) de apellido Vidales y en estas tierras fundó a mi familia, al parecer con alguna india bravía? Las referencias geográficas sobre los orígenes son, evidentemente, incorrectas y conducen a una mayor ignorancia de lo que intentan explicar.
Veamos ahora qué pasa con la teoría de los colores. A mi amigo negro le digo “negro” porque es negro, aunque no es totalmente negro sino más bien “café oscuro” o “chocolate oscuro”. Pero esto no le dice nada a nadie sobre casi nada, aparte del color. Los racistas creen que los “negros” tienen una conducta específica de negros, que los “amarillos” tienen una conducta específica de amarillos y que los “pieles rojas” tienen una conducta específica de pieles rojas. Y ahí se acaba la teoría del color, porque cuando queremos aplicar los mismos conceptos a otros “grupos” (“razas” dicen los racistas), entonces hablamos de los judíos, los árabes, los moros (árabes “afros” del Magreb), etc. Y claro, cuando hablamos del pitecántropo anglosajón, decimos “el ser humano” o, peor aún, “el hombre civilizado” o, ya en el colmo, “el hombre blanco” (que no es blanco sino rosadito como los cerdos de Gales). En suma, la colorimetría racial no sirve para nada. Hay que ajustar el idioma o confesar cretinismo incurable.
Necesitamos entender las cosas antes de intentar ponerles algún nombre. Los castellanos, extremeños, asturianos, andaluces y canarios que llegaron en plan de robo y conquista a las tierras de América, llamaron “indios” a los aborígenes porque, en su infinita sabiduría, esos “descubridores” creían haber llegado a la India. No eran capaces de distinguir arawakos, caribes, taínos, mayas, aztecas, chibchas, citareros, guanes, panches, incas, aymaraes, guaraníes, tehuelches, mapuche, tupíes, uwa. Para ellos, todo aborigen era “indio” y, a la inversa, para los “indios” todo conquistador era “español”. Y esta generalización, que borra del mapa, como una guadaña mortal, centenares de culturas diferentes, funciona hoy todavía pese a que, como decimos con tanta gracia como imbecilidad, hablamos “el mejor idioma del mundo”.
Y esta es “la paradoja de los negros”. Decimos “negro” y decimos “afro” sin que nos importe un bledo la infinita diversidad cultural que hay detrás del color o de la referencia geográfica: hay en las tierras de América gente yoruba, congo, mandinga dahomayana, nigeriana, ganesa, de la Costa de Marfil, carabalí, lucumí, pero ni siquiera esa dignidad de su identidad ancestral le respetamos al “negro”, como no se la respetamos al “indio”, como no se la respetamos al “español” ni al “blanco” anglosajón, que no es blanco sino rosadito como los cerdos de Gales.
Y decimos, como consta en el artículo de María Elvira: “Cuando los negros logran posiciones de poder, esas que peleaban el sábado a gritos, se olvidan de su gente, que es la más pobre y necesitada de Colombia”. Obsérvese bien, no decimos: “algunos negros, cuando logran posiciones de poder…” No, no. Lo que estamos diciendo es que todos los negros que logran posiciones de poder se comportan como los cerdos rosaditos de Gales; estamos enunciando un principio de código de conducta que rige para todos los negros. En cambio cuando los blancos (rosaditos) o los españoles (¿de qué raza son los españoles?) o los amarillos, o los pieles rojas, o los que sean, logran posiciones de poder, no se comportan jamás como los cerdos rosaditos de Gales.
Igualmente decimos: “La mayoría de los políticos negros terminan mal, enredados en corruptelas personales, enroscados en clientelas familiares, de espaldas a sus comunidades”. Esto de ninguna manera se aplica a los blancos (rosaditos) ni a ningún otro color, pues es evidente y bien sabido que tales lacras no existen en ningún otro grupo humano fuera del de los negros paradójicos de Colombia.
En suma, lo que quiero decir es que las generalizaciones empobrecen al idioma. Lo reducen a una especie de huliganismo lingüístico y, sin darnos cuenta, comenzamos a hablar y pensar como si fuéramos miembros de alguna de esas “barras bravas” del fútbol. Como dice un amigo mío, que nunca ha estado en Argentina: “No generalices, como hacen todos los argentinos”.
Ahora bien. Si la primera parte del artículo de María Elvira contiene estas ambigüedades semánticas tan comunes entre nosotros, la segunda parte me parece muy buena. Ofrece, aunque brevemente, algunas cifras terribles sobre la pésima condición social a que están sometidos los “negros” en Colombia, y en lúcido párrafo da testimonio de lo que deben sufrir cada día los muchachos negros de uno y otro sexo en términos de discriminación, recelo y opresión cultural.
En cuanto a mí, presunto “español” (en realidad ateo, socialista, antisionista y judío sefardí, con más de una tataraabuela “india” y unos tres o cuatro “negros” en alguna rama del árbol familiar), cúmpleme decir que esas generalizaciones, aunque injustas, me han favorecido a lo largo de la historia. Los Sefardíes hemos sido más hábiles que los Ashkenazi (entre judíos también nos discriminamos, a veces, ferozmente). En España, cuando nos convertíamos al catolicismo, pretendíamos ser más “españoles” y más “cristianos” que nadie: los más intolerantes y más crueles inquisidores fuimos nosotros, los judíos sefardíes conversos. Aplicamos una estrategia de supervivencia tan eficaz, que muchos de nosotros llegamos a la tierras de América, en calidad de “cristianos viejos”, acompañando a los cuidadores de cerditos rosaditos andaluces y extremeños. Éramos gente de letras, siguiendo una tradición milenaria, y esto nos dio buen status y prosperidad en una sociedad de conquistadores iletrados y, más que analfabetos, analfabestias. Pero, sobre todo, esto nos dio una visión amplia, generosa, de convivencia, de mezcla, de mestizaje, de gusto por el sincretismo y por las infinitas combinaciones interculturales que nos ayudan a reírnos de las clasificaciones raciales y de las jerarquías de colores.
Y lo mejor es que –¡bendita sea la mezcla!– aunque uno de nosotros resultó nazi, ninguno de nosotros salió rosadito.
Carlos Vidales
Estocolmo, 2011-06-04