Un cuento breve de Carlos Almira Picazo *
El mapa
La caja, que acababa de rodar arrastrando un batiburrillo de papeles, libros y revistas viejos, cedió, mostrando una abertura negra. Entonces algo se deslizó al suelo.
Lo desplegamos con cuidado, para que no se rasgase: la tela parecía increíblemente ajada. Calzamos los bordes con lo primero que encontramos para que no volviese a enrollarse como un muelle. Al fin, tras un minuto de forcejeo, pudimos abrirlo.
Era un mapa enorme, estaba pintado sobre un lienzo grueso, enmarcado con sendos listones de madera oscura y agrietada; tendría unos tres metros de ancho por metro y medio de largo, con lo que ocupaba casi todo el suelo, entre las mesas y las sillas. Del centro del listón superior arrancaba la cuerda que debía sujetarlo a la pared: corta, fuerte, bien trenzada, pero rígida por el desuso. Una vez colgado, aún en el límite del techo, debía arrastrar el extremo por el suelo, pues como digo era enorme, además de extraordinariamente pesado. Debía estar diseñado para colgar en un Museo, o en un Palacio.
Del otro lado de las persianas llegó un rumor de pleamar.
Fede y yo comenzamos a examinarlo: los colores vivos y frescos desmentían la vetustez de la tela y el mal estado del estuche: el azul profundo de un mar o un océano desconocidos se recortaba contra el ocre y el verde de un continente, o una península con forma de Pe; además tenía montañas, ríos, y ciudades marcadas; al pie del listón inferior, a la derecha, figuraba junto a la escala, el nombre desconocido del país.
Fede se remetía los faldones de la camisa que tendían a salírsele de los pantalones; se secaba la frente con la manga, corta y estrecha.
Conseguimos darle la vuelta, no sin trabajo: pero el envés barnizado no contenía indicación alguna sobre la fecha ni el impresor: sólo mugre y polvo. Y, como digo, era un armatoste rebelde, extraordinariamente pesado.
Cuando logramos darle la vuelta otra vez, estuvo a punto de derribarnos.
Nos entregamos a estudiar con calma sus detalles, cosas que se nos habían escapado al principio: por ejemplo, en la esquina superior izquierda, una extravagante rosa de los vientos; al pie de algunos nombres importantes, trazados en mayúscula, notas escuetas, escritas en redondilla; una ciudad, tal vez la capital, aparecía señalada con un aspa roja; al norte de la misma, tras una montaña, discurría la cinta azul de un río; las anotaciones más extravagantes colmaban los márgenes de los nombres y más que aclarar oscurecían la información geográfica de los enclaves y se sucedían alternando con desconcertantes espacios vacíos; también había símbolos de plantas, animales, exóticos, hechos con dibujos toscos e infantiles: rinocerontes con patas de caballo; pájaros con una sola ala; árboles cuyas copas parecían bocas abiertas de yacaré.
Perdimos la noción del tiempo.
Nos habíamos tumbado, algunas letras y dibujos eran extraordinariamente pequeños. Y entretanto la tarde avanzaba envolviendo una a una, la pizarra y las filas de libros apilados en los estantes.
Debieron pasar horas. Nunca sabré cuántas.
* Carlos Almira Picazo
Email: carlosylolaarrobagmail.com
Nació el 31 de mayo de 1965 en Castellón de la Plana, España.
Doctor en Historia por la Universidad de Granada. Autor de una novela en papel: Jesuá, ed. Entrelíneas, Madrid, 2005; de un ensayo en papel: ¡Viva España! El nacionalismo fundacional del régimen de Franco (1939-43), Editorial Comares, Granada, 1997; de una novela en formato digital: Todo es Noche, Prometeus mdq, abril 2007; y de un centenar de cuentos y ensayos, publicados en revistas como Adamar, Axxon, Ed. Badosa, Destiempos, El Coloquio de los Perros, Cañasanta, Diezdedos, Remolinos, Magazine Siglo XXI, El Fantasma de la Glorieta, Revestidos, Tiempos Futuros, Quaderns Digitals, Literae Internacional, Ariadna, Las Voces de la Cometa, y otros.
Te dejo un regalo en mi blog hoy, 14 de enero de 2009. Felicidades, amigo mío