La Estrella (crónica mínima)
Carlos Vidales
6 de enero de 2008, Día de Reyes
Su explosión fue tan grande, que todos los sistemas planetarios situados en un radio de 150 años luz desaparecieron consumidos por el fuego. Cientos de miles de civilizaciones fueron aniquiladas. Millones de especies inimaginables quedaron reducidas a partículas, polvo cósmico, gas incandescente. La luz enceguecedora de la explosión viajó –y viaja todavía– en todas direcciones, a través de los espacios siderales.
Varios millones de años más tarde, el lejano resplandor de la catástrofe llegó a un pequeño planeta poblado por seres inteligentes, los seres más inteligentes de toda la Creación, hechos a imagen y semejanza del Creador. Allí, en un país de pastores, tres astrólogos que decían ser reyes y magos, descrifraron el sentido de esta inmensa hecatombe: se trataba de la estrella que anunciaba la llegada de un niño destinado a ser torturado y crucificado para pagar las culpas de todos sus congéneres, y a la sombra de cuya imagen lacerada y dolorosa se habría de fundar la empresa más lucrativa de todos los tiempos, por los siglos de los siglos, amén.