Hay que precisar

Desde hace varios años (bastantes, para ser exacto) mantengo con mi amigo Roberto Hernández Montoya, brillante periodista venezolano, un diálogo entusiasta sobre nuestras respectivas idiosincracias lingüísticas. Roberto se queja de que los venezolanos son imprecisos e indeterminados. Se citan «tipo tres de la tarde», o bien «a golpe de cuatro», o peor aún, «a las cuatro y pico en punto». Sus expresiones más comunes son «más o menos», «según y cómo», «eso depende», «ahí ahí» y «a nivel de». Refieren que tal o cual suceso ocurrió «en la tardecita» y todos los extranjeros se quedan en Babia (o más o menos  en los alrededores de Babia), sin saber si fue al comienzo o al final de la tarde, pero todos los venezolanos entienden exactamente, más o menos, lo que quiso decir el narrador.

Mi amigo Roberto ha constatado que los venezolanos tienen sus propias unidades de medida. Por ejemplo, su unidad de distancias o longitudes es el «tiro de piedra», lo que implica que el Palacio del Congreso se encuentra a treinta y siete pedradas de la Casa de Bolívar, aproximadamente.

Omito mencionar aquí otras observaciones de Roberto acerca de la imprecisión venezolana que conduce, por ejemplo, a que la exclamación «¡sí, cómo no!» signifique más o menos «eh… tal vez… no estoy seguro…», o a que la frase «Le exijo a usted que me preste diez bolívares» signifique en realidad «le suplico que me haga el favor de prestarme más o menos diez bolívares, por el amor de Dios…». Yo mismo he tenido el placer de gozar estas delicias de la conversación venezolana, cuando visité Caracas hace una cantidad imprecisa de años y puedo certificar con la mayor precisión las doctas investigaciones de Roberto.

Por ejemplo: en Colombia, una dirección se expresa con la fórmula «calle 35, número 16-70», lo cual significa que la persona en cuestión se domicilia en una casa situada en la calle 35, pasada la carrera 16, inmueble número 70. En Caracas, el enunciado típico de una dirección reza más o menos así: «Pasadita la plaza Sucre, alante de la carnicería, un edificio verde claro unos cuantos metros más allá de la estatua de mi general Montilla, al lado de una casita muy bonita con dos manzanos y un níspero y frente a un jardín con rejas donde hay un perro más o menos amarillo que ladra pero muerde«.

En otras ocasiones, por desgracia muy frecuentes, ocurre que la dirección se expresa simplemente con el nombre del edificio. Digo por desgracia, porque solamente en Caracas hay exactamente unos tres o cuatro mil «Edificios Bolívar», más o menos, y si a usted le dicen: «Lo espero a cenar en mi casa, mañana a golpe de ocho, o si lo prefiere más o menos en la nochecita. Venga usted con su señora. Yo vivo en el Edificio Bolívar, cuarto piso. Lo espero puntualmente«, entonces a usted no le queda otro remedio que echarse a llorar.

Hace poco tuve el honor de leer una carta de una señorita venezolana residente en París, a una compatriota suya. En dicha carta refiere la autora que un electricista, un plomero (fontanero) o cualquier técnico venezolano puede ordenar a su asistente: «Tráeme la cosita esa de bichar los perolitos del coroto» y lo increíble es que el ayudante comprende exactamente la orden y trae exactamente, más o menos, lo que le están pidiendo.

La indeterminación idiomática de los venezolanos es espectacular. Cuando están en su patria llaman «musiú» a cualquier extranjero, sin importar si es un hotentote africano, un talibán o un lord británico. Diríase que dominan el francés. Pero cuando llegan a París interpelan a los transeúntes para pedir ayuda en estos términos: «Eskiús mi, míster ¿Du yu spik inglisch?»

Pero no hay que exagerar. La imprecisión no impide que los venezolanos cumplan sus deberes con la más ejemplar exactitud. Mi amigo Roberto se ha visto obligado a reconocerlo. Él mismo lo confiesa, al hablar de una fuga masiva de presos de la cárcel de Tocuyito, hace un número indeterminado de años: «Las autoridades confesaron que no llevan registro de reclusos, y no podían informar sobre la peligrosidad de los evadidos. Sin embargo declararon de lo más lozanas que fueron 102. No dijeron 100, para redondear, sino 102 exactamente».

¿Y los colombianos? Nuestra precisión es ejemplar. Hablamos de tener «una chorrera de hijos», «un jurgo de preocupaciones», «jijuemil deudas», «un arrume de trastos inservibles» y otras precisiones similares. Cuando nos indignamos decimos que «se nos salió la piedra», sin indicar ni el tamaño ni la forma de dicha piedra porque esos detalles carecen de importancia. Usamos la bella expresión «un tantico» tanto para rogar («rebájeme un tantico el precio, que Dios se lo pagará») como para amenazar («espere tantico, que le voy a poner una mano de dedos en la cara»). Y «una mano de dedos» no son cinco dedos sino un montón indeterminado de hostias, aunque «una mano» de naranjas a comprar en el mercado equivale a diez naranjas, más o menos.

Pero eso, mis amigos, es otra historia que prometo contar dentro de algún tiempo. Más o menos.

(c) Carlos Vidales

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